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Encontrar el confort en lo incómodo: una fina línea en el espectro del autismo



Una fuente muy interesante de información sobre el autismo la encuentro en diferentes páginas estadounidenses sobre el tema, en las que las propias personas con esa condición o sus familias cuentan experiencias y nos dan una visión completamente diferente a la que podemos tener los y las profesionales. Una de ellas es Autism ParentingMagazine, en la cual pude leer una interesantísima reflexión a cargo de Alexander Magnussen, un hombre de 29 años con autismo y asiduo conferenciante, cuyo mensaje en sus presentaciones es mostrar que con el apoyo adecuado, las personas con autismo pueden encontrar su lugar en el mundo. El texto que voy a compartir a continuación también recoge aportaciones de Mat Cruickshank, trabajador de Apoyo Comunitario en Semiahmoo House Society en South Surrey. Allí promueve la inclusión, la conciencia y la comprensión para las personas con diferentes condiciones del desarrollo y que colabora a estas personas a tener una mejor calidad de vida.

El texto sobre el que vamos a compartir me parece muy inspirador  y merece una profunda reflexión ya que aborda una cuestión fundamental y que suele preocuparnos a profesionales y especialmente a las familias: ¿hasta dónde debemos llegar en la educación de la persona con autismo? ¿Dónde se encuentra el límite? ¿Hasta dónde debemos “presionar” para conseguir los logros o las metas del niño o niña con autismo, para el que todo el mundo deseamos lo mejor, pero siempre desde nuestro punto de vista? Alexander comparte con nosotros su experiencia como persona con autismo y por eso me parece tan relevante.

Magnussen habla inicialmente de la importancia que tuvo su madre en su vida, no como una superheroína sino como una persona  clave en la identificación de sus límites y en saber sacarle de su “zona de confort”. Alexander comprende que éste puede ser un aspecto difícil para criar a un hijo o hija que tiene autismo, ya que hay que saber distinguir entre una fina línea existente entre “motivarlos y traumatizarlos". Todos los padres y las madres tienen una relación única con sus hijos e hijas y éste no es un aspecto diferenciador de las familias en las cuales uno o más de sus miembros tienen autismo.

Magnussen indica que es tan importante saber cuándo una persona con autismo se siente cómoda como el averiguar cuando siente incomodidad. Por tanto, las familias deben ser conscientes del momento adecuado para desafiar o “expulsar” a sus hijos e hijas de sus zonas de confort, y también cuándo no es adecuado hacerlo. Animar de forma sutil a los niños y niñas con autismo a participar en situaciones incómodas  fuera de sus  estados de seguridad, siempre que puedan manejarlas, es un aprendizaje clave para prepararles para el futuro según Alexander. Se trata de animar a la persona con autismo a superar los retos sin traumatizarla.

Alexander cuenta cómo desde muy pequeño  se sentía muy incómodo, concretamente en la interacción con otros niños y niñas en los momentos de juego. Creció en una granja y estaba más a gusto jugando con las gallinas –sus gallinas, como él mismo dice– y fue su madre quien se dio cuenta de lo crucial para su desarrollo como niño de que tuviera más oportunidades de interacción social con sus compañeros. Su madre le anticipaba solamente que iban a producirse situaciones de juego en el mismo día para que nuestro protagonista no tuviera tiempo de pensar demasiado ni ponerse demasiado ansioso.

En las primeras ocasiones las interacciones no funcionaron tal y como la madre de Alex lo planeó. De hecho cogía a sus compañeros de clase por el brazo o la mano y los guiaba fuera de su casa donde cerraba la puerta. Su madre, con gran paciencia estableció el límite de que en las fechas que ella establecía para el juego deberían cumplirse y Alexander no podía quedarse solo, por lo que ella les hacía pasar de nuevo.

Magnussen destaca la paciencia de los otros niños y lo importante y genial de que aceptaran su “costumbre de echarles” y que lo convirtieran en un juego que consistía en correr hacia la puerta de atrás y que Alexander aceptó como tal, lo que se convirtió en el inicio de muchos otros juegos e interacciones muy importantes en su infancia. A través de esos juegos su madre le enseñó a aceptar que otras personas entraran en sus espacios seguros, a cómo estar cómodo en un entorno grupal y a cómo comportarse ante la imprevisibilidad de situaciones que en él suceden. También mejoraron sus habilidades sociales. Llego al punto de que su mejor amiga, Megan, le iba a visitar de forma habitual y Alex se sentía extraño cuando ella no estaba allí.

A medida que se fue  sintiendo más y más cómodo en entornos sociales, su madre continuó “empujándole” fuera de su zona de confort. Cambió su visión hacia la comida y su obsesión por no acercar alimentos a su cara. Como nuestro protagonista nos confiesa: “es importante para mi sentirme siempre limpio”.  Recuerda, por ejemplo,  haber viajado en el ferry con su madre, comer y mancharse de salsa en la cara. Su primera reacción inmediata fue limpiar la salsa en la manga de una mujer que estaba comiendo justo a su lado.

Su madre se sentía “mortificada” por estas situaciones. Por ello ideó lo que ella llamaba las “fiestas espagueti”, que se celebraban en noches al azar y de esta manera Alex se acostumbró a la aparicción inesperada de una fiesta de este tipo a la hora de la cena. ¿Cuál era la trampa? No había cubiertos. Solamente se podía utilizar las manos y las caras y sorber los espaguetis de la mejor manera posible. Al principio Alex odiaba estas “fiestas” y se escondía debajo de la mesa. No podía soportar todos los espaguetis y la salsa en todas las manos y la cara o la textura viscosa y cálida de la misma y sin embargo, a sus amigos les encantaba. Con el paso de tiempo, empezó a valorar y disfrutar las “fiestas espagueti” ya que le ayudaron a lidiar con la imprevisibilidad de la vida y cuando las cosas no salen según lo planeado. A Magnussen todavía no le gusta tener la comida en la cara o en las manos pero en la actualidad es menos reactivo cuando sucede y se siente más cómodo cuando le toca comer alimentos “de forma desordenada”.

En 2001, Alex se trasladó con su madre de Ucluelet a Port Alberni. Esta fue una transición fácil para él ya que no se sentía cómodo ante un cambio a un entorno nuevo. Su madre preparó la transición a la nueva casa haciendo la mudanza con ayuda de unos amigos en una semana, mientras él estaba en un campamento de verano y le anticipó que cuando volviera de dicho campamento, sería a la nueva casa. Ese traslado mientras Alex estaba en el campamento hizo que la transición fuera mucho más fácil para él, poniendo en valor el hecho de su madre se molestara en  empaquetar y desempaquetar todas las cosas p0rque la textura del papel y el cartón a nuestro protagonista le generaba una incomodidad extrema.

Además preparó su habitación en la nueva casa con el mayor parecido posible a su casa antigua, lo que le permitió estar cómodo de inmediato con todas sus pertenencias organizadas. Consiguió generar la seguridad de su vieja habitación y recrearla lo mejor que pudo en la nueva. También le ayudó a superar ese traslado que dicha mudanza le acercó a su amiga Megan, ya que ahora vivía a dos minutos

Alex, para finalizar, nos recuerda que las zonas de confort son importantes para los niños con autismo. Para él, dichas zonas fueron los lugares como su habitación o la pista donde podía hacer caminatas todo el día. Su madre hizo un gran trabajo identificando los lugares donde se sentía más seguro, pero también abordó áreas y situaciones en las que se encontraba menos. Al hacer esto, ella le desafió a encontrar una manera de estar cómodo con lo incómodo. De muchas maneras, su madre le ayudó a desarrollar en sus habilidades sociales, le llevó a nuevos entornos y le ayudó a hacer conexiones con las personas que le rodean. A menudo lo hacía de una manera suave y divertida, como “esas fiestas de spaghetti con reglas tontas”. Al superar sus límites, le preparó para el futuro y para el mundo real, que cambia constantemente y es impredecible.





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