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Diez indicadores claves para una inclusión educativa eficaz (I)


En publicaciones anteriores hemos recensionado la obra “Todo sobre el autismo” (si quieres leer sobre ella puedes pinchar AQUÍ). Entre las autoras de uno de los capítulos se encuentra Juana Hernández, Psicóloga del Equipo Específico de Alteraciones Graves del Desarrollo de la Consejería de la Comunidad de Madrid, profesora asociada del Departamento de Psicología Evolutiva de la Universidad Autónoma de Madrid y toda una referencia nacional en lo relacionado con el ámbito educativo y el alumnado con autismo.

En la publicación de hoy, vamos a señalar un conjunto de indicadores de los centros que escolarizan a alumnado con autismo y que pueden ayudar tanto teórica como prácticamente a desarrollar proyectos educativos de carácter más inclusivos. El caso es no plantear recetas pero sí algunos de los principales “ingredientes” necesarios para realizar proyectos educativos inclusivos y para ello, Hernández tiene en cuenta algunas de las guías de buenas prácticas que orientan acerca de los métodos y técnicas que han demostrado un adecuado nivel de eficacia en la intervención (como la “Guía Australiana de Buenas Prácticas de 2006, la guía de Sanidad del Ministerio de Sanidad de Nueva Zelanda, las propuestas de Dunlop y otros en 2008 o de Mesibov y Shea 2010, además de las guías de buena práctica en el tratamiento de los TEA publicadas en España por Fuentes y otros en 2006 o Güemes y otros en 2009).

Vamos a recoger los diez indicadores clave que nos proporciona la autora:

1. Una educación de calidad para el alumnado con TEA proporciona a todos los individuos oportunidades para aprender significativas, justas e iguales. Esto implica ofrecer el “currículo común” ordinario que debe ser amplio y que responda a una visión integral de la persona y que esté diseñado universalmente desde su inicio para tratar de satisfacer las necesidades educativas del mayor número de alumnado y la consecución de objetivos esenciales.

Este currículo debe ser un currículo sensible a objetivos singulares, trayectorias personalizadas, capaz de adaptarse a las diferencias individuales, de habilidades e incluso a las preferencias de cada uno de los alumnos o alumnas con autismo. Hablamos por tanto de planificación personalizada, que recoge un currículo específico y asegura el logro de resultados personales. Un sistema educativo basado en la mediación social y verbal necesita ser adaptado para dar respuesta a los patrones de funcionamiento de las personas con autismo.

Las personas con autismo tienen que adquirir una variedad de habilidades que les capaciten para enfrentarse a la vida y que esta sea de calidad. Y esto implica una enseñanza directa, incremento de oportunidades y enseñanzas cuidadosamente organizadas por lo que necesitan una amplia intervención, comprehensiva, no solamente focalizada en los síntomas de la discapacidad o en las habilidades académicas.

2. Un indicador clave en los programas educativos que buscan la inclusión del alumnado con autismo es reconocer la diversidad y realizar la provisión de ap0yos de forma individualizada. Los patrones de aprendizaje y de desarrollo son diferentes y también los contextos de desarrollo (familiar y escolar) en los que se producen. La enorme diversidad produce que cada persona con autismo presente un perfil de necesidades, deseos, intereses y motivaciones que hacen necesario un plan de apoyo muy individualizado. La autora expone que la determinación de necesidades específicas de apoyo educativo implica valorar –entre otras cosas– intensidad, tipos, funciones y organización de los apoyos. Es importante revisar el apoyo fuera del aula por el importante problema de transferencia de lo aprendido a las sesiones naturales, además de que el apoyo dentro del aula sirve como de modelo al profesorado y a otro alumnado, cambia la percepción de las dificultades del alumno o alumna con autismo y sirve para promover los apoyos naturales, incrementando la sensibilidad y aceptación del resto del alumnado, lo que produce un modelo de apoyo más inclusivo: el trabajo del especialista se produce en el aula.

No hay nada que entorpezca más las posibilidades de participación de aprendizaje del alumnado en un contexto común que la estandarización y despersonalización de la enseñanza (todo el alumnado hace lo mismo, al mismo tiempo, con los mismos medios o apelando a idénticas formas de motivación).

3. La construcción de las relaciones significativas es  una dimensión importante de calidad de vida y un objetivo prioritario en la escuela inclusiva, lo que implica el establecimiento de interacciones más positivas entre compañeros, participar de mejor manera en actividades cooperativas, adquirir una mayor competencia para el trabajo en equipo, afrontar mejor situaciones interpersonales… de esta forma el alumnado estará más preparado para la vida en general y el trabajo en particular.

Hernández indica que para las personas con autismo, la evidencia demuestra que las actividades con iguales son una parte esencial de la intervención en todas las edades y niveles de capacidad (Rogers y Vismara, 2008). El alumnado con desarrollo típico tienen habilidades sociales que pueden servir de andamiaje en las interacciones con los compañeros con autismo. Pero es importante destacar que la relación no se va a producir de forma espontánea por el mero hecho de estar en contacto en el mismo aula. Se requieren maneras más estructuradas y sistemáticas para facilitar las relaciones, que han demostrado ser las más eficaces y duraderas. De la misma forma que el alumnado con autismo no presenta formas naturales e intuitivas de entender a sus iguales, éstos, a su vez, tampoco maneras naturales e intuitivas para relacionarse con ellos. Esto significa que habrá que ofrecer muchas y variadas oportunidades de interacción, diseñando las tareas para fomentar las relaciones mutuas. En este aspecto, la mediación y apoyo de la persona adulta son fundamentales.

Uno de los pilares del aula inclusiva es la creación de interacciones entre iguales lo suficientemente ricas que permitan al alumnado no solamente beneficiarse de las ayudas del profesorado, sino también de las ayudas mutuas que ofrecen los iguales bajo la supervisión del profesor. Un ejemplo serían los Círculos de amigos (Whitaker y cols, 1998) o los Grupos de juego integrados (Wolfberg y Schuler, 1993).

4. La formación del profesorado constituye otro indicador fundamental para la construcción de escuelas inclusivas y en concreto la disponibilidad de formación en el propio centro con los compañeros y compañeras.

No se trata de que todo el profesorado tengan que ser expertos en autismo, pero deben conocer los procesos de enseñanza-aprendizaje de la diversidad que existe entre el alumnado en cuanto al modo de aprender y de concebir el mundo. Esta formación debería facilitar, en alguna medida, el conocimiento y la comprensión de las personas con autismo  (cómo piensan, sienten, se relacionan o perciben el mundo) a fin de conocer sus necesidades individuales y facilitar la relación y comunicación entre el profesorado y el alumnado. En esta relación no podemos depender únicamente de la intuición social natural. No es suficiente que el profesorado se dé cuenta de la conducta de un niño o niña si no entiende qué pude significar en una situación concreta.

Para la autora, es de suma importancia que los y las profesionales no sean excelentes técnicos sino también excelentes personas desde la ética y la empatía (una calidad y calidez totales en palabras de Javier Tamarit). Esto supone plantear los programas de formación más allá de las competencias científicas sino también en competencias sociales, actitudes y valores (aspectos como el trabajo en equipo, la comunicación eficaz, los protocolos para la toma conjunta de decisiones, técnicas específicas, cooperación interprofesional, trabajo con familias para desarrollar servicios de más calidad, humana y técnica…).

Estos conocimientos, actitudes, habilidades y técnicas adquiridas pueden enriquecer la enseñanza para todo el alumnado. Si el profesorado enseña de un modo que facilita la diversidad (y la tecnología puede ser un factor favorecedor) entonces más niños y niñas “diferentes” podrán desenvolverse en un entorno normalizado, sin la necesidad de una ayuda especial.

5. La importancia de un buen ambiente escolar, actitudes y clima positivo, en el centro y en el aula. Hernández señala que varios autores como Mesibov y Howley (2003) han subrayado la importancia crucial para el éxito o fracaso de la inclusión del alumnado con autismo, de una actitud positiva y acogedora de la comunidad escolar. La actitud del equipo directivo es crucial para establecer la actitud general en el profesorado. El profesorado requiere apoyo tanto del centro (equipo directivo) como de fuera (responsables de administración, inspección educativa, cooperación entre centros…). También es fundamental la actitud de las familias del alumnado con o sin discapacidad.

Un centro educativo inclusivo debe señalar en su plan de mejora, objetivos, contenidos y actividades dirigidos a mejorar las actitudes en el que la discapacidad sea reconocida y las actitudes de rechazo y los prejuicios sean superados a partir del conocimiento y de las experiencias conjuntas entre personas diferentes. Y esto es especialmente necesario, según la autora, cuando se trata de personas con autismo, porque aún existe la creencia, sustentada en la falta de conocimiento y de comprensión de que estas personas no pueden ser incluidas en centros ordinarios.

Hasta aquí la primera parte de la publicación. La semana que viene aportaremos las otras cinco claves que Juana Hernández apunta en su texto.


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