Una tribu
propia. Autismo y Asperger: otras maneras de entender el mundo (I)
Steve Silberman
Ariel
Año: 2016
Dice la Real Academia Española en su sexta
acepción que un hito es una “persona, cosa o hecho
clave y fundamental dentro de un ámbito o contexto”. Sin duda, eso es lo
que ha logrado del periodista y psicólogo Steve
Silberman: un libro fundamental dentro del ámbito del autismo y un
complemento de lectura ideal al también fantástico “Historia del autismo” de
Adam Feinstein (si quieres ver su reseña pincha aquí). Tal es su interés que le
dedicaré dos publicaciones debido a la extensión de las mismas.
Esta obra, quizás menos exhaustiva
que la de Feinstein pero mejor novelada, recoge el devenir del autismo a lo
largo del tiempo y aporta novedades en cuanto a la investigación,
fundamentalmente relacionadas con Hans Asperger y su figura.
Consta de 12 capítulos en los que la
idea que los sustenta es la de la “neurodiversidad”,
es decir “la idea de que las diferencias
neurológicas como el autismo, la dislexia o el TDAH no son errores de la
naturaleza ni productos del mundo moderno, sino variaciones naturales del
genoma humano”, concepto que podría cambiar la visión sobre las mismas.
El libro comienza con un capítulo
dedicado a la figura del investigador del siglo XVIII Henry Cavendish y que todo hace indicar en un análisis
retrospectivo sobre su vida que era una persona dentro del espectro del autismo
como el físico teórico Paul Dirac entre muchos otros. Además, Silberman
ejemplifica con un gran número de
personajes actuales como el influyente economista Tyler Cowen, la actriz
Daryl Hannah, el matemático ganador de la medalla Fields, Richard Borcherds o
la investigadora, etóloga y profesora de la Universidad de Colorado Temple
Grandin para hacernos conscientes de la importancia de las personas con autismo
en el mundo actual.
A partir de ese momento el
protagonismo lo toma la familia Rosa y su hijo Leo, un niño con autismo. En
este segundo capítulo se cuenta su historia y su evolución inicial, que podría
ser la de muchas familias en los EEUU, en cuanto a su nacimiento, las sospechas
iniciales de sordera, los comportamientos de Leo, la búsqueda desesperada de información por
parte de Shannon, su madre, que lleva a la lectura de libros de otras familias
que llegan a “vencer” al autismo a través de asociaciones como Defeat Autism
Now! (DAN), a través de complejas y caras terapias muchas de ellas
nutricionales que “curan” el
autismo (con escasa o ninguna evidencia
científica), técnicas como la quelación para eliminar los metales pesados o llegando
incluso a evitar la vacunación de sus hijos e hijas. Todo hasta que Shannon
llegó a la lectura de Making peace with
autism de Susan Senator, en el
que se aborda la aceptación de la persona con autismo y la educación como llave
hacia su desarrollo y calidad de vida. Una idea muy antigua pero a la vez
novedosa planeaba por la familia Rosa: la lucha entre contemplar al autismo “como una incapacidad para toda la vida que
requiere apoyo en lugar de una enfermedad infantil que puede curarse”.
A
partir de esa premisa surge el capítulo tercero, dedicado a Hans Asperger y a los más de doscientos niños descubiertos durante una
década (entre ellos Gottfried o Harro) que, “mostraban un compendio igual de asombroso de torpeza social,
habilidades precoces y fascinación por las reglas, las normas y los programas”
y para los que planteaba una visión pedagógica para su vida (Hailpädagogic o pedagogía terapéutica).
En este capítulo también se hace hueco a algunos de los grandes olvidados hasta el momento en la
historia del autismo, como fueron sus compañeros en la Clínica Pediátrica del
Hospital Universitario de Viena, los psicólogos Anni Weiss y Georg Frankl
o el trabajo previo en Moscú de la psiquiatra rusa Grunia Shukhareva, que bajo
la etiqueta “psicosis adolescente” había descrito en Moscú con anterioridad a
un grupo de niños similares a los de Asperger y su equipo.
En
este apartado también se recogen las ideas
eugenésicas de la época, implantadas en la ciencia norteamericana (en
octubre de 1921 se celebró el Segundo Congreso Internacional sobre Eugenesia en
Manhattan) e importadas posteriormente por los nazis alemanes y que tuvieron
profundo calado en Hitler. Silberman recoge en el libro como la presión de los
nazis alemanes con su locura eugenésica llevó a uno de los grandes errores
históricos en el autismo: para liberar a los jóvenes que Asperger acogía en la
Unidad de Pedagogía Terapéutica de una futura “eliminación eugenésica” en su
primer conferencia pública el 3 de octubre de 1938 habló en la misma de 4 casos
de “alto funcionamiento” y los médicos e historiadores asumieron que solamente
atendía a niños de ese perfil en su consulta, cuestión que ensombreció su
hallazgo más importante: el autismo que él y sus colegas habían aprendido a
identificar en la Viena de preguerra no era en absoluto raro, se detectaba en
todos los grupos de edad y presentaba un amplio abanico de manifestaciones,
desde la incapacidad de hablar hasta una elevada capacidad de concentrarse en
un único de tema de interés durante un tiempo prolongado. En otras palabras,
era un espectro, que si se sabía buscar, se encontraba en todas partes.
Desgraciadamente esa concepción quedó sepultada al igual que la Unidad de
Pedagogía Terapéutica por las bombas de la Segunda Guerra Mundial.
El
siguiente capítulo lo protagoniza Leo
Kanner y su visión más “hermética” del autismo, que triunfó en la sociedad,
debido al silencio al que la Segunda Guerra Mundial condenó a la tesis de
Asperger. Inicialmente, Silberman nos cuenta la vida del autor austriaco y su huída de los
nazis a Estados Unidos (De Berlín al Yankton State Hospital) además de sus
comienzos en el trabajo en la esquizofrenia. Posteriormente y tras sus primeras
publicaciones de relevancia se narra su traslado a Baltimore con una beca de
investigación a la John Hopkins
University bajo la dirección del neurólogo suizo Adolf Meyer, presidente de la American Psychiatric Association
(APA), convirtiéndose en su protegido. En 1935 publicó su “Psiquiatría
infantil”, elogiado por la comunidad científica y progresivamente fue ganando
reputación. Paralelamente, y ante el ascenso de Hitler, colaboró en la creación
de una red para salvar de un destino final a un montón de médicos, enfermeras e
investigadores judíos de las garras de los nazis, avalándolos con empleos en EEUU e incluso ofreciéndoles su propia casa.
Esa ayuda altruista se vería premiada cuando salvó y contrató a su colega Georg Frankl y a su posterior pareja Anne Weiss, que según las tesis de Silberman, le facilitaron los
descubrimientos de Asperger, aunque Kanner
siempre ocultó esa aportación a pesar de lo notorio de la influencia, llegando
incluso a crear el Child Study Home,
una especie de Unidad de Pedagogía
Terapéutica en los EEUU.
Todo
cambió en la vida de Kanner cuando un abogado llamado Oliver Triplett Jr. le envió en septiembre de 1938 una carta
hablándole de su hijo Donald. A
partir de ahí, agrupó once casos que ya pasaron a la historia (los de Eliane, Charles, John F., Frederick, Joseph…) y que recogió con maestría en su primer artículo en la
revista Nervous Child bajo el título de “Trastornos
autistas del contacto afectivo” en junio de 1943 y que posteriormente
completaría en su artículo para Pediatrics, donde habló por primera vez del “autismo infantil precoz”, con una
concepción del autismo que divergía radicalmente del modelo planteado por
Asperger y sus colegas vieneses (como Frankl y Weiss). Kanner se centraba en
los primeros años de la infancia, dejando excluidos a personas adultas y
adolescentes.
El
libro continua con varios errores que cometió
Kanner y que influyeron en el devenir del autismo: por una parte culpar a las familias de haber provocado de
manera involuntaria el autismo de sus hijos, alimentada esta idea por las
teorías en boga en el hospital John Hopkins (llegaría a declarar que
esos niños habían “permanecido aislados
en un frigorífico que no se descongelaba”). Por la otra, especuló con la
prevalencia de su síndrome que calificó como “bastante raro” y esta cuestión tendría influencia sobre la
investigación posterior.
En
este punto surge la figura de Bruno
Bettelheim, defensor de la “parentectomia”
o separación de los niños y niñas con autismo de sus familias y director de la Escuela Ortogénica de Chicago, que con
una formación académica sospechosa, se aprovechó de la financiación de la Fundación Ford (casi 350.000 dólares de
la época) para desarrollar sus métodos, citando en su solicitud la idea de las “madres nevera” de Kanner. Al margen de
su conducta en la escuela, muy criticada por profesionales pero sobre todo por
ex alumnos como Ronald Angres, el
mayor daño que cometió el “Doctor B.”
fue difundir las teorías de Kanner sobre la “crianza tóxica”, más allá de la
repercusión que podría haber tenido este último por sí solo, quedando plasmado
en su obra “La fortaleza vacía”, el
libro que redactó a partir de sus informes de progreso presentados a la Ford Foundation.
En
este momento da comienzo un nuevo capítulo dedicado a hilar el comienzo de la
creación de las diferentes comunidades en las que las personas con autismo se
fueron incluyendo y tomando protagonismo así como los personajes más destacados
dentro este desarrollo. En este aspecto Silberman destaca a gente como Hugo Gernsback, amigo de Nikola Tesla y personaje excéntrico cuyo
biógrafo sospecha que era una persona con Asperger, inventor fascinado por la
electricidad y autor de una novela clave en la ciencia ficción posterior y
profética como Ralph 124C 41+, Claude
Degler, aficionado a la ciencia ficción y creador de comunidades de “slans” (personajes de ciencia ficción),
casas de convivencia etc., el informático pionero Alan Turing y su colaboración con el MI8 británico, los radioaficionados
Clinton DeSoto o Mark Goodman, el autor del término “inteligencia artificial”,
matemático e ingeniero del MIT John
McCarthy o Lee Felsenstein,
ingeniero con autismo y autor de la primera red social, precursora de las
actuales.
A
partir de ese momento aparece la figura clave y controvertida en la historia
del autismo del psicólogo especializado
en psicometría Bernard Rimland,
autor de un hito como fue la obra “Infantile
autism”, fundador de la National
Society for Autistic Children estadounidense y padre de Mark, un chico con
autismo. Pionero en la lucha por la desculpabilización de las familias con
autismo (quizás por su experiencia con un terapeuta que les culpabilizaba a él
y a su mujer del “sin duda” origen emocional de los “problemas” de su hijo y
que les llegó a preguntar “¿por qué le
odian?”) y de la defensa de las teorías genéticas, fue un declarado
seguidor de Leo Kanner y colaboró con Ole
Ivar Loovas en métodos de intervención que pretendían conseguir de las
personas con autismo fueran “indiferenciables de sus iguales”. Su investigación incansable le llevó a
publicar en 1964 su Infantile autism: the
síndrome and its implications for a neural theory of behaviour prologado
por el propio Kanner, liberando con él a las familias de la desmoralizante
carga de culpabilidad y dejando obsoleta la lógica de proteger a los niños y
niñas con autismo institucionalizándolos “por
su propio bien”.
Otra
de las grandes aportaciones de este autor fue la creación de la “Lista de comprobación diagnóstica para
niños con trastornos del comportamiento (Formulario E-1)”, diseñada a modo
de plantilla para que el personal médico le entregara una copia a las familias
y que se convirtió en la primera herramienta estandarizada para evaluar el
autismo, posteriormente actualizada al Formulario E2.
En
este punto del libro irrumpe Ivar Lovaas,
controvertido psicólogo de la Universidad de California en Los Ángeles, alumno
de Sid Bijou, el creador del “análisis conductual”, que a su vez era discípulo de B.F. Skinner, padre del “condicionamiento operante”. A partir de
ahí se cuentan las experiencias de Lovaas en la terapia con jóvenes con autismo
(desde su primer caso con una niña llamada Beth,
pasando por la creación de la “ingeniería
conductual” hasta llegar al éticamente reprobable y polémico uso de
descargas eléctricas, “estímulos
aversivos” o castigos, que generaban daño físico o impedían alimentarse para
favorecer el aprendizaje en la terapia con personas con autismo.
Surge
después otra figura destacable en el libro que no es otra que la de Ruth Christ Sullivan, madre de un niño
con autismo y colaboradora en la fundación de la NSAC (asociación de familiares de personas con autismo
estadounidense), que culminó en el primer su primer congreso que además de
ponentes como Kanner, Lovaas o Rimland, contaba con un estudiante de postgrado
de Bettlelheim en la Universidad de Chicago y que se había enfrentado a él por
su culpabilización a las familias y que no era otro que el fundador de la
División TEACCH en Carolina del Norte, Eric
Schopler. La NSAC comenzó a mostrar
divergencias fundamentalmente por el apoyo de Rimland a los métodos operantes con estímulos aversivos frente a la
oposición de determinadas familias a su uso. Ese debate también se abrió dentro
de la comunidad general del análisis conductual, obligando a posicionarse a Skinner, que defendía su uso solamente
ante comportamientos autodestructivos o desmedido indicando que “darse por satisfecho con el castigo sin
explorar alternativas no punitivas es un verdadero error” o provocando las
publicaciones como las del analista conductual Gary LaVigna y la investigadora en autismo Anne Donnellan bajo el ilustrador título Alternatives to Punishment (Alternativas al castigo).
El
libro continúa hasta llegar a la siguiente aparición de importancia, en este
caso desde el punto de vista de la divulgación: la figura de un joven neurólogo
londinense llamado Oliver Sacks,
autor que, con obras como “El hombre que
confundió a su mujer con un sombrero”, comenzó a poner el foco sobre el
autismo de una manera más atractiva y cercana
para el lector general (tal y como hace el propio Silberman) y que contribuyó
al cambio de imagen sobre esta condición.
Es
ahí cuando se vuelve a retomar la obra de Lovaas
y sus polémicos resultados de 1987 en los que afirmaba que casi la mitad de los
niños de un grupo experimental de la UCLA habían alcanzado “un funcionamiento educativo e intelectual normal” tras someterse a
un análisis conductual aplicado intensivo a partir de los tres años de edad,
mediante un programa inmersivo total, que supuso la esperanza para muchas
familias ya que conseguía la “recuperación”
de sus hijos e hijas. Los partidarios del psicólogo elogiaron el estudio como
todo un hito (por ejemplo Eisenberg o
Rimland). Sin embargo otros expertos
se mostraron muy escépticos, como en el caso de Eric Schopler, que acusó a Lovaas
de concentrar sus datos, excluyendo a los niños y niñas “de bajo funcionamiento” de su muestra, inclinándose por aquellos
que presentaban un coeficiente intelectual inusitadamente elevado, además de
que las familias del grupo experimental de Lovaas
tenían acceso a más recursos en general, que las del grupo control. Quizás
resolvió esta discusión la antigua colega de Lovaas, Catherine Lord,
que terminó admitiendo que el psicólogo “intentaba estructurar las cosas de un modo
que (…) no reflejaba lo que sucedía en realidad, y desde luego, no puede
emplearse como evidencia científica”.
A
partir de ahí, vuelve a primer plano la figura de Rimland, que comenzó a recibir comunicaciones de familias que le
trasladaban informaciones sobre la mejora en el estado de calma de sus hijos
gracias a megadosis de determinados nutrientes, concretamente de vitaminas B y
C. Con estas informaciones, Rimland lanzó un ambicioso estudio recurriendo a su
red de familias voluntarias. Investigó el efecto de estas vitaminas o del
medicamento Deaner en los niños y
niñas con autismo, pero su metodología investigadora no se amparaba en estudios
de doble ciego controlados con placebo (modelo consolidado de ensayo con
fármacos) sino mediante su pericia en el manejo de la psicometría a través de
su propio y dudoso método “la agrupación informática”, por lo que recibió ataques
de la comunidad científica, por los que se sintió muy dolido, llevándole a
presentar una moción en la NSAC en la
que exigía a todas las familias a someter a sus hijos e hijas a un régimen de
altas dosis de vitamina B tras el diagnóstico. La oposición de varios miembros,
entre ellos del prestigioso investigador de la UCLA Ed Ritvo, hizo que se le expulsara de la organización.
Hasta
aquí la primera parte de la publicación. Un libro como éste merece un espacio
adecuado y continuaré con el análisis del mismo la próxima semana. Espero que
os haya gustado.
Comentarios
Publicar un comentario