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¿Cómo combatir los bulos en el autismo? La práctica basada en la evidencia (y en la ética) como solución en el ámbito educativo (I).



Este verano ha estado, como casi todos mis veranos, plagado de lecturas relacionadas con el autismo. La gran mayoría fantásticas –hablaremos de ellas durante este curso– pero, desgraciadamente, unas pocas han sido desalentadoras. En concreto, las redes sociales y la prensa alertaban (si quieres leer uno de los artículos pincha AQUÍ) de que se iba a perpetrar un congreso “pseudocientífico” (término de carácter benevolente ante la sarta de tropelías que en él se defendían) en el Ecocentro Pàmies Vitae, propiedad de Josep Pàmies, individuo con una larga trayectoria en la divulgación de disparatadas y dañinas teorías. La que centraba este “pseudocongreso” era que “El autismo es recuperable”, abogando por el uso del MMS (“Miracle Mineral Solution”), cuya traducción al castellano no puede producir otra cosa que perplejidad: “Solución Mineral Milagrosa”. El caso es que este asunto podría generar hilaridad si no fuera porque lo que compone esta “Solución Mineral Milagrosa” es una solución de clorito de sodio y ácido cítrico, producto prohibido por el Ministerio de Sanidad en 2010 por sus efectos adversos potencialmente graves. Dicho de una forma más cruda, ese producto milagroso es una especie de “lejía” que presuntamente curaría a los niños y niñas con autismo.

La reacción del movimiento asociativo relacionado con el autismo, tanto a nivel familiar como profesional, no se hizo esperar y tanto la Confederación Autismo España, que aglutina a una parte importante de las asociaciones de familias, y la Asociación Española de Profesionales del Autismo (AETAPI) pidieron la actuación de la Administración ante este congreso, la cual no se produjo al tener ésta las manos atadas: este tipo de actos se amparan en la libertad de expresión y solamente puede actuar a  posteriori, en el caso de que vulnere la ley en alguno de los comentarios que se viertan en el congreso.

Desgraciadamente no es la primera vez y probablemente no sea la última que nos encontremos con un caso similar a éste: la de desalmados que se aprovechan de las personas con autismo y sus familias para su lucro personal. En mi opinión siempre cometes errores cuando te relacionas en el entorno del autismo, tanto profesional, como familiarmente, ya que el desconocimiento, el contexto e incluso a veces la mala fortuna te pueden jugar una mala pasada. Lo que no es perdonable es cuando cometes esos errores a sabiendas, para generar un lucro personal.

El movimiento asociativo citado anteriormente recoge en el artículo del diario “El País” dos ideas fundamentales respecto al autismo "es un trastorno de base neurobiológica que, a día de hoy, no tiene cura" –si bien en la opinión de este blog y en la de su autor ojalá pronto hablemos de una condición del neurodesarrollo humano– y una que va a ser fundamental en el devenir de esta publicación y con la que coincido plenamente: “los únicos abordajes e intervenciones recomendados para tratar el TEA son de carácter psicoeducativo, orientados a potenciar puntos fuertes y a proporcionar apoyos que favorezcan el desarrollo personal, la inclusión social y la calidad de vida". Ahora bien ¿cuáles son ese tipo de intervenciones? Esta cuestión es en la que profesionalmente me estoy centrando en la actualidad y por ello he escrito algunos artículos cuya información más relevante me gustaría compartir con vosotros y vosotras.

La práctica basada en la evidencia como concepto

La intervención basada en la evidencia o práctica basada en la evidencia (PBE), tiene su origen en la medicina y pretende concienciar a los profesionales y a los gestores políticos sobre la necesidad de que su práctica profesional esté guiada por las mejores evidencias científicas (Alcantud y Alonso, 2013). Lo que intenta, en pocas palabras, es poner en práctica aquello que la evidencia científica nos dice que funciona.

En concreto, las raíces históricas de la PBE para el alumnado con autismo se encuentran ancladas en el movimiento de la medicina basada en la evidencia, que nació en Inglaterra en los años 1960, más concretamente en la creación de la Cochrane Collaboration (Wong y cols., 2014), una red internacional independiente de investigadores, profesionales, pacientes, cuidadores y personas interesadas por la salud que alberga revisiones de la literatura sobre prácticas científicamente apoyadas en la medicina (http: Cochrane.org/).

En los últimos años se ha ido poniendo el foco en la necesidad de aplicar la “Práctica Basada en la Evidencia en Psicología” (APA, 2006) a la intervención educativa en autismo (Reichow, Volkmar y Cichetti, 2008) lo que ha llevado, por ejemplo, a la proliferación de estudios de investigación centrados en las edades tempranas (Frontera, 2012). Para ello, en la década de 1990, la División 12 de la Asociación Americana de Psicología estableció los criterios para clasificar una práctica de intervención como eficaz o "probablemente eficaz", lo que proporcionó un precedente de cara a cuantificar la cantidad y el tipo de evidencia necesaria para establecer las PBE (Chambless y Hollon, 1998; Chambless y cols., 1996). La idea  que sobrevuela este planteamiento es la de que para conocer la efectividad de una intervención es necesario tener en cuenta la evidencia científica procedente de los estudios de evaluación (Salvadó-Salvadó y cols., 2012). En función de esos estudios sobre la eficacia de los tratamientos o intervenciones, estas últimas se clasifican en diferentes niveles de evidencia según el tipo de diseño que se haya utilizado, correspondiéndole a cada uno de ellos un grado de recomendación (Saldaña y Moreno; 2012).

La infinidad de iniciativas educativas y terapéuticas para dar una respuesta a la condición humana que supone el autismo han tenido un desarrollo influenciado por el conocimiento y la orientación científica del momento, que propició la aparición inicial de intervenciones de corte psicodinámico para la toma posterior de protagonismo de otras iniciativas de corte conductual, cognitivo o cognitivo-conductual. En la actualidad ese continuo de conocimiento ha desembocando en un enfoque ecléctico que combina una multitud de principios teóricos, contribuyendo a un incremento de la riqueza conceptual pero que, al mismo tiempo, puede generar confusión (Alcantud y Alonso, 2013). Para dar luz a la  confusión en la que se vive en los entornos escolares y terapéuticos respecto a la intervención con el alumnado con autismo, debemos recurrir entonces al concepto de “Práctica basada en la evidencia” (PBE) entendida como “la integración de la mejor y más actual evidencia en la investigación con la pericia clínico-educativa y las perspectivas de los grupos de interés relevantes, de cara a facilitar las decisiones para la evaluación e intervención que se consideran efectivas y eficientes para una persona concreta” (Salvadó-Salvadó y cols., 2012). Parece fuera de toda duda la importancia, por un lado de explorar en la investigación disponible las posibles alternativas que se revelan con mayores probabilidades de éxito y, por otro lado, la necesidad de documentar las buenas prácticas para el beneficio de los hallazgos y del camino seguido por otros y otras profesionales (Durán y Giné, 2011).

Práctica basada en la evidencia en el entorno educativo desde una óptica inclusiva

La necesidad de que el profesorado ponga en marcha procesos de intervención educativa con el alumnado con autismo basadas en la evidencia y no “en la ocurrencia” (Verdugo y Shalock, 2013) tiene su fundamento en un ecosistema educativo implementado en el paradigma de la educación inclusiva, entendida como “un proceso de formación, en un sentido amplio; un proceso de capacitación de los sistemas educativos, de los centros y del profesorado para atender la diversidad del alumnado. Se trata de un verdadero reto de formación del profesorado, no como tarea individual, sino como un proceso de desarrollo profesional y de mejora de los centros y los sistemas educativos” (Durán y Giné, 2011), que dé respuesta, entre otras, a las peculiaridades en el procesamiento cognitivo, perceptivo y en el estilo de aprendizaje del  alumnado con autismo presenta (Martos y cols., 2012).

Pero ¿cuáles son las líneas principales que su formación debe abarcar de cara a que la respuesta educativa al alumnado con autismo contribuya a su desarrollo personal y profesional y por tanto a su calidad de vida? En los últimos años, la investigación ha ido aportando resultados que pueden contribuir a diseñar un camino por el que avanzar, tanto de forma personal como colectiva, por ejemplo mediante publicaciones como la de Hoover y Patton (2008) en la que se presenta una propuesta fundamentada y completa, basada en cinco roles para el desempeño del profesorado de apoyo –Pedagogía Terapéutica, Audición y Lenguaje etc.– y que comprenden: la diversificación de la enseñanza, la provisión de apoyos en el ámbito socioemocional y de conducta, la colaboración con el resto del profesorado y los dos roles en los que nos centramos en este artículo: la toma de decisiones en base a datos y especialmente las prácticas basadas en la evidencia (Durán y Giné, 2011; Verdugo y Shalock, 2013).


Respecto a las últimas, cada vez es más necesario que las prácticas que se adopten en el ámbito escolar y educativo, especialmente con el alumnado con diversidad funcional, se basen en las evidencias huyendo de las ocurrencias sin fundamento (Durán y Giné, 2011; Verdugo y Shalock, 2013); es más, en algunos países se incluye este requerimiento en su normativa (Durán y Giné, 2011). Más concretamente Hoover y Patton (2008) abogan por una serie de competencias concretas respecto al rol que juega el desarrollo de las intervenciones basadas en la evidencia: el conocimiento sobre los aspectos centrales del currículum, el dominio de los procedimientos propios de la investigación-acción y las estrategias instruccionales eficaces. Es el momento de preguntarse cuáles serían las estrategias instruccionales que nos plantea la evidencia científica como más eficaces dentro del proceso educativo del alumnado con autismo.


Modelos globales o comprensivos versus prácticas de intervención focalizadas

Existen dos grandes clases de intervenciones basadas en la evidencia que aparecen en la literatura de investigación (Smith, 2013) y que podemos categorizarlas como modelos de tratamiento globales o comprensivos y prácticas de intervención focalizadas. Es importante describir ambas para distinguirlas.

Por una parte los modelos globales o comprensivos consisten en un conjunto de prácticas diseñadas para lograr un amplio impacto en el aprendizaje o el desarrollo sobre las características nucleares del autismo (Wong y cols., 2014; Frontera, 2012), es decir pretenden dar respuesta al conjunto de síntomas del autismo, desarrollando en sus destinatarios habilidades sociales y comunicativas y reduciendo los problemas conductuales y los patrones restrictivos de intereses y comportamientos (Saldaña y Moreno, 2012). Ejemplos de los mismos serían el Early Start Denver Model o el modelo LEAP.  En mi opinión este tipo de modelos son difícilmente trasladables a los entornos escolares como tales, al menos en la actualidad, por chocar con aspectos organizativos o de recursos humanos de los mismos.

Por el contrario, las prácticas de intervención focalizadas son procedimientos de aprendizaje o técnicas específicas que los y las profesionales o familiares utilizan para potenciar el desarrollo y aprendizaje de conductas determinadas o para disminuir conductas problemáticas concretas en un tiempo relativamente breve (Salvadó-Salvadó y cols., 2012) y están diseñadas para abordar una sola habilidad o meta de un o una estudiante con CEA (Odom y cols., 2010). Las prácticas de intervención focalizadas podríamos considerarlas como los “elementos básicos” con los que se construyen los programas individualizados para el alumnado con autismo (Wong y cols., 2014) o “programas técnicos eclécticos” (Odom y cols., 2012) y en muchas ocasiones forman parte de los modelos globales o comprensivos que acabamos de describir.

Hasta aquí la primera parte de la publicación sobre la práctica basada en la evidencia en el entorno educativo. La próxima semana profundizaremos  cuántas y cuáles son las prácticas focalizadas que recomienda la evidencia científica utilizar en los ámbitos educativos con el alumnado con autismo, en función de las características de la persona, y que podemos incorporar a los Programas de Trabajo Individuales.

Bibliografía fundamental


*Larraceleta A. (2018). Intervención educativa basada en la evidencia para el alumnado con condición de espectro autista. Polibea 126, p. 12-20. 2018. ISSN1137-2192. 2018


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