Uno de los apartados que más me gustaron de la lectura del magnífico libro de Isabel Paula Pérez "La ansiedad en el autismo. Comprenderla y tratarla" (si quieres saber más, pincha aquí) fue el decálogo final que plantea y que os quiero comentar desde mi experiencia. Se trata de un conjunto de ideas básicas que nos pueden ser de utilidad ante las situaciones ansiógenas que viven las personas con autismo y las personas que las rodean.
Primero: No hay milagros. En ocasiones, la ansiedad que muestra el alumnado con autismo es inferior a la que se crea en las personas adultas que les rodeamos.
No existen recetas mágicas para eliminar los episodios de ansiedad, existe un enfoque que reclama cambio de visión de las personas con autismo (echadle un ojo a la estrategia SPELL aquí o al concepto de transaccionalidad aquí) y mucho trabajo que realizar, sabiendo que aliviaremos los síntomas pero en la mayoría de las ocasiones será imposible eliminar la ansiedad.
Segundo: ser personas proactivas y no reactivas. Es decir, la respuesta debemos darla antes de que suceda el episodio de ansiedad y no después.
Fomentemos una apropiada regulación basada en un entorno adecuado y predecible, una convivencia de las personas que rodean al niño o niña con autismo ajustada a él o a ella etc. No podemos meramente reaccionar a los episodios, sino que debemos de prevenirlos y evitarlos.
Tercero: mantener la calma. Desgraciadamente, me ha tocado vivir situaciones de ataques de ansiedad de personas con autismo, de diferente grado de severidad.
En mi experiencia, es muy importante (aunque sé que es muy difícil) mantener la calma, tratando de no elevar el volumen de voz, dando espacio físico a la persona con TEA pero manteniendo nuestra presencia (debemos mostrar que "manejamos" la situación pero que no "imponemos" la situación), elegir los momentos en el que nos vamos a dirigir a ella y dar instrucciones simples y claras, mantener la firmeza sin mostrar una conducta que se pueda interpretar como "agresiva" por nuestra parte y tener un lugar de "relajación" o de "respiro" en el que, cuando se produce la situación, la persona con TEA pueda acudir a ella.
Cuarto: no obligar a la persona con autismo por la fuerza bruta y "porque sí" a enfrentarse a situaciones ansiógenas. Debemos buscar soluciones equilibradas, en las que por una parte se descarte la intención de obligar a la persona con autismo a adaptarse "a nuestro mundo" y por otra la de aceptar que las situaciones ansiógenas no tienen solución, debemos dotar de estrategias de afrontamiento a las personas con TEA, lo más adaptativas posibles.
Quinto: no reforzar la ansiedad y los miedos. Es importante evitar que la ansiedad pueda ser la puerta para conseguir algo que se desea, es decir, que la persona con autismo aprenda que los comportamientos disruptivos le pueden proporcionar algo reforzante, algo que le satisfaga. De ahí la importancia de la firmeza y la constancia, siempre desde un enfoque calmado y que contribuya a regular la situación.
Como sería una publicación demasiado extensa, hasta aquí llega la primera parte, que espero que os haya sido de interés. Podéis leer la segunda si pincháis aquí
Primero: No hay milagros. En ocasiones, la ansiedad que muestra el alumnado con autismo es inferior a la que se crea en las personas adultas que les rodeamos.
No existen recetas mágicas para eliminar los episodios de ansiedad, existe un enfoque que reclama cambio de visión de las personas con autismo (echadle un ojo a la estrategia SPELL aquí o al concepto de transaccionalidad aquí) y mucho trabajo que realizar, sabiendo que aliviaremos los síntomas pero en la mayoría de las ocasiones será imposible eliminar la ansiedad.
Segundo: ser personas proactivas y no reactivas. Es decir, la respuesta debemos darla antes de que suceda el episodio de ansiedad y no después.
Fomentemos una apropiada regulación basada en un entorno adecuado y predecible, una convivencia de las personas que rodean al niño o niña con autismo ajustada a él o a ella etc. No podemos meramente reaccionar a los episodios, sino que debemos de prevenirlos y evitarlos.
Tercero: mantener la calma. Desgraciadamente, me ha tocado vivir situaciones de ataques de ansiedad de personas con autismo, de diferente grado de severidad.
En mi experiencia, es muy importante (aunque sé que es muy difícil) mantener la calma, tratando de no elevar el volumen de voz, dando espacio físico a la persona con TEA pero manteniendo nuestra presencia (debemos mostrar que "manejamos" la situación pero que no "imponemos" la situación), elegir los momentos en el que nos vamos a dirigir a ella y dar instrucciones simples y claras, mantener la firmeza sin mostrar una conducta que se pueda interpretar como "agresiva" por nuestra parte y tener un lugar de "relajación" o de "respiro" en el que, cuando se produce la situación, la persona con TEA pueda acudir a ella.
Cuarto: no obligar a la persona con autismo por la fuerza bruta y "porque sí" a enfrentarse a situaciones ansiógenas. Debemos buscar soluciones equilibradas, en las que por una parte se descarte la intención de obligar a la persona con autismo a adaptarse "a nuestro mundo" y por otra la de aceptar que las situaciones ansiógenas no tienen solución, debemos dotar de estrategias de afrontamiento a las personas con TEA, lo más adaptativas posibles.
Un ejemplo reciente: un niño en Educación Infantil mostraba un episodio
ansiógeno leve cuando iba al cuarto de baño a lavarse las manos. En vez de
optar por la imposición (hubiera acrecentado su ansiedad y probablemente
convertido la situación de lavarse las manos en ansiógena para él), lo que
hicimos fue, mediante aproximaciones sucesivas, acercarle poco a poco al contacto
con el agua y el jabón, por ejemplo frotándonos nuestras manos y pasándoselas
por las suyas de forma progresiva y en forma de juego. A los dos o tres días,
el niño aceptaba perfectamente lavarse las manos y disfrutaba de la actividad.
Quinto: no reforzar la ansiedad y los miedos. Es importante evitar que la ansiedad pueda ser la puerta para conseguir algo que se desea, es decir, que la persona con autismo aprenda que los comportamientos disruptivos le pueden proporcionar algo reforzante, algo que le satisfaga. De ahí la importancia de la firmeza y la constancia, siempre desde un enfoque calmado y que contribuya a regular la situación.
Como sería una publicación demasiado extensa, hasta aquí llega la primera parte, que espero que os haya sido de interés. Podéis leer la segunda si pincháis aquí
Parece que me suena el ejemplo...a veces lo que nos falta es tiempo para reflexionar sobre las posibles causas de esas conductas ansiosas, en los factores que las desencadenan. Y la verdad es que esa falta de tiempo es un pobre argumento al lado del sufrimiento que puede generar en nuestros alumnos y alumnas.
ResponderEliminarEn ambas afirmaciones tienes razón Ana.
ResponderEliminarEl ejemplo te suena ;-) y en cuanto al análisis de los factores, creo que se engloba en la segunda afirmación, es decir en la necesidad de ser proactivos y analizar cuáles pueden ser los motivos que desencadenan la conducta ansiógena e intentar anticiparnos a ellos, en lugar de ser reactivos y reaccionar solamente cuando la conducta sucede. Afortunadamente, esas situaciones son muy escasas, pero siempre está bien reflexionar sobre nuestra práctica diaria y así intentar evitar que se puedan volver a repetir.